24/8/10

Hipocresía

    De sólo pensarlo me deprimo. Pronto llegará Rodolfo, el insípido socio de mi marido. Tengo que vestirme bien y parecer una mujer radiante y hermosa, feliz ante su visita. No debe saber que lo desprecio ni que su presencia me causa tristeza. El vestido rojo, algún collar y el juego de pulseras que me regaló para mi último cumpleaños darán el necesario y justo brillo a mi persona. Rodolfo es lo suficientemente tonto o engreído como para creer, con tan simple artificio, que su compañía me agrada.
    Manuela preparó té y café, espero que no se haya olvidado de retirar las masas que encargué en la confitería. El pobre hombre no tiene más placeres en su vida que comer y hacer dinero. Todas sus visitas son iguales: llegará, me saludará con respeto y me adulará con el mismo tonito idiota y monótono de siempre. “¿Cómo está? ¡Qué hermosa se la ve hoy!” Siempre las mismas palabras, nunca cambia una sílaba o una coma. Después se pondrá a hablar con Nicolás de dinero, de acciones y de tasas de interés mientras traga, una a una, las masas. De tanto en tanto me consultará alguna nimiedad de la que no esperará respuesta alguna. Yo me limitaré a escuchar y esconder mi fastidio. Falta media hora para que llegue, mientras mi marido termina de afeitarse, tengo tiempo de desafinar el piano. Esta vez no pienso tocar, el reducido auditorio no es digno de mi arte.
    Suena el timbre, Manuela abre la puerta. ¡Pobre, el muy idiota me trajo flores!
    ¿Por qué insistirá en que nos reunamos en su casa? ¿Para mostrarme lo vacía que es su vida junto a Nélida? Pobre mujer, cree que un vestido ajustado y algunas alhajas darán brillo a su persona. Debe creer que soy medio estúpido porque siempre la saludo utilizando las mismas frases, pero me resulta tan odiosa que no me salen otras palabras; nunca fui un buen mentiroso. Suerte que Manuela prepara un excelente café para poder pasar esas masas compradas en la confitería de la esquina. Ella tomará té, cree que eso es lo que hacen las grandes damas. No debo olvidarme de hacerle alguna pregunta, cualquiera, total no entiende nada y no responderá. Espero que invente alguna buena excusa para no tocar el piano, mis oídos se lo agradecerán sinceramente. Para que mi oprobio sea mayor, le compraré flores; para mi consuelo, pensaré que son para su tumba.
    Pronto estaremos los tres reunidos. Qué sensación extraña y agradable es la de verlos juntos. Aunque ninguno de los dos me lo diga, sé que se detestan profundamente. Me divierte ver como lo disimulan y como fingen agradarse. Nélida intentará ponerse linda y él hará como que lo ha logrado, tocará el piano con odio y él la escuchará con el mismo sentimiento.
    Los detesto a los dos, pero no puedo separarme de ella porque nuestros hijos son mi única felicidad; tampoco de él, porque necesito de sus habilidades en la empresa para ganar dinero fácilmente. Estas reuniones inútiles son mi pequeño desquite y mi triste consuelo.

"Esdrelon"

3/8/10

¿ciencia o religión?: el eterno debate.

Desde tiempos inmemorables , se ha cuestionado sobre el papel que afrontan entre sí la fe (Religión) y la razón (Ciencia) . El proceso de evolución , la creación del universo y el inicio de la vida en el planeta , son claros ejemplos de estas oposiciones intelectuales y espirituales . Así como los griegos perseguían lo bueno, lo verdadero y bello de un modo armónico y fusionado, la Modernidad separa lo verdadero (Ciencia), de lo bueno (Religión) y de lo bello (Arte), separa, inteligencia, voluntad y sensibilidad. Y esa separación se convierte en oposición en el caso de Ciencia y Religión.
En el siglo XVII cuando la ciencia empieza a desarrollarse, muchos científicos (Kepler, Bacon, Boyle, Newton entre otros) creían que el progreso científico apoyaría el sentimiento religioso del ser humano: efectivamente el conocimiento del Universo ensalza la obra de su creador y por lo tanto el progreso de la ciencia acerca a la humanidad hacia Dios, “el único camino para llevar a cabo el amor de Dios es comprendiendo las obras de su mano, el universo natural. Saber cómo funciona el universo es crucial para una persona religiosa porque éste es el mundo que Él creó”. Newton, por ejemplo estaba convencido que profundizando en la ciencia se conseguía entender mejor a Dios, es decir, no veía conflicto entre la Revelación y la Naturaleza. Según un estudio hecho público el año pasado, el 40 por ciento de los científicos americanos cree en un Dios personal: no meramente en un poder y una presencia inefables en el mundo, sino en una deidad a la que pueden rezar, sin embargo, en la actualidad a ojos de una gran parte de la población este progreso ha jugado un papel esencial en el olvido creciente de la religión, e incluso algunos científicos señalan también que religión y ciencia son completamente incompatibles e incluso hay quien considera a la religión el enemigo de la ciencia. Evidentemente no existen pruebas de esta aseveración. Probablemente este declive de la religión no sea un problema eminentemente científico sino que responde a diferentes factores entre los que los cambios tecnológicos, económicos, sociales y políticos tienen también un papel importante.
Ciertos grupos religiosos han sido especialmente críticos con la ciencia e incluso han impedido su avance. Son conocidas las posturas de la Iglesia Católica Romana frente a científicos de la talla de Galileo, Darwin e incluso más recientemente Teillhard de Chardin. Más recientemente hemos visto como en ciertos estados “baptistas” de USA se ha prohibido la enseñanzas del darwinismo.
La religión proporciona tradicionalmente a la humanidad unas comunidades con valores sociales, éticos y morales, como aspectos de la experiencia humana que la ciencia no puede ni debe ofrecer, por lo tanto en un principio religión y ciencia coexisten y han de ser complementarios para el bien de la humanidad; sin embargo esta coexistencia y complementariedad han sido utilizadas por los científicos para tender un puente ente religión y ciencia y hacer una interpretación religiosa de ésta última y en definitiva para integrar una con otra. Todos estos intentos no han conseguido solucionar los tópicos más importantes de la frontera entre religión y ciencia, como por ejemplo en el mundo médico la forma en que las diferentes religiones tratan temas como la clonación, la terapia génica, e incluso la eutanasia o la buena muerte.
Tanto la religión como la ciencia son fundamentales en nuestra civilización y no pueden dejarse en manos del científico beato o del biólogo ateo. Es conveniente que existan científicos con diferente forma de pensar, con diversas actitudes religiosas ante la vida de forma que la confrontación, coexistencia y colaboración de religión y ciencia proporcione al milenio que viene un enriquecimiento de los valores de la experiencia humana.
En los primeros años de este siglo, los físicos descubrieron que entidades imaginadas como partículas, como los electrones, pueden actuar también como ondas. Y la luz, considerada una onda, puede en ciertos experimentos actuar como un bombardeo de partículas. La interpretación ortodoxa de esta extraña situación es que la luz es, simultáneamente, onda y partícula. Los electrones son, simultáneamente, onda y partícula. El aspecto de la luz que uno pueda ver, la cara que un electrón ofrece a un observador humano, varía con las circunstancias. También así sucede con Jesús, sugiere el físico F. Russell Stannard. Jesús no debe ser visto como realmente Dios con apariencia humana, o como realmente humano pero actuando como divinidad, dice Stannard. Él era completamente ambas cosas. La ciencia no puede probar la existencia de Dios, y mucho menos espiarlo al final de un telescopio. Pero para algunos creyentes, aprender acerca del universo ofrece indicios sobre lo que Dios podría ser.
En cierto sentido, la ciencia y la religión nunca estarán verdaderamente reconciliadas. Quizás no deberían estarlo. El escenario contumaz de la ciencia es la eterna duda; el corazón de la religión es la fe. Seguramente tanto la gente de profundas convicciones religiosas como los grandes científicos tratan de comprender el mundo. En otro tiempo, la ciencia y la religión fueron vistas como dos formas, fundamentalmente diferentes, incluso antagónicas, de perseguir tal búsqueda, y la ciencia fue acusada de enterrar la fe y matar a Dios. Ahora, en cambio, puede que refuerce la fe. Y aunque no pueda probar la existencia de Dios, la ciencia podría susurrar a los creyentes dónde buscar lo divino.

28/7/10

Los Pecados Capitales - La Soberbia

27/7/10

Los Pecados Capitales - La Gula



8/6/10

La vida exige mucho más comprensión que conocimiento

En la facultad de Medicina, el profesor se dirige a un alumno y le pregunta: ¿Cuántos riñones tenemos? 
-¡Cuatro!, responde el alumno
. 
-¿Cuatro?, replica el profesor arrogante, de esos que sienten placer en pisotear los errores de los alumnos.
 
-Traiga un fardo de pasto, pues tenemos un asno en la sala,
 le ordena el profesor a su auxiliar. 
-Y para mí, un cafecito!,
 replicó el alumno al auxiliar del maestro.

El profesor se enojó y expulsó al alumno de la sala. El alumno era el humorista Aparicio Torelly, conocido como el Barón de Itararé (1895-1971)
Al salir de la sala, todavía el alumno tuvo la audacia de corregir al furioso maestro: 
-Usted me preguntó cuántos riñones tenemos.
Tenemos cuatro: dos míos y dos suyos
. Porque "tenemos" es una expresión usada para el plural. Que tenga un buen provecho y disfrute del pasto-.
 
La vida exige mucho más comprensión que conocimiento. A veces, las personas, por tener un poco más de conocimiento o creer que lo tienen, se sienten con derecho de subestimar a los demás...

6/6/10

La Vida después de la Muerte

  Hasta el momento, el fenómeno de la muerte es de difícil definición. Por algo el filósofo español Jorge Santayana (1863-1952) decía que "una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte."
  De esa manera, en el curso de la historia han surgido distintas ideas acerca de la muerte. Así, podemos encontrar una idea de la muerte en el naturalismo, en el platonismo, en el budismo, etc. También es distinta la idea de la muerte en las distintas culturas, en los distintos períodos históricos y en los distintos lugares que configuran una mentalidad colectiva.
  Así como hay ideas acerca de la muerte, en la misma forma encontramos distintas ideas sobre el destino del hombre después de la muerte. Éstas se expresan esencialmente en las diferentes religiones, mediante "fórmulas consoladoras" que prometen la inmortalidad en el más allá.
  La teoría de la reencarnación, por ejemplo, considera que al sobrevenir la muerte el alma del hombre emigra a otro cuerpo, esto es, reencarna. La serie de transmigraciones y reencarnaciones constituye a su vez una recompensa o un castigo; cuando hay castigo, las almas emigran a cuerpos inferiores; cuando hay recompensa, a los cuerpos superiores, hasta quedar, finalmente, incorporados a un astro.
  El budismo dice que las almas de los hombres pueden transmigrar, pero toda transmigración constituye un castigo. Para evitarlo hay que llevar una vida pura, única forma de superar la pesadilla de los continuos renacimientos. Siendo así, la existencia se sumerge en el nirvana, estado de serenidad inefable que se caracteriza por la cesación del sufrimiento y de la miseria.
  El Catolicismo asegura que hay sobrevivencia individual de almas, acompañada luego por la resurrección de los cuerpos. Al respecto, el converso Pablo de Tarso, atalayando el suceso conmovedor del Juicio Final escribió: "porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles."
  También existe una concepción naturalista que niega toda inmortalidad. Esa concepción dice que no hay sobrevivencia de ninguna especie. La vida del hombre se reduce a su cuerpo, y al sobrevenir la muerte, tiene lugar la completa disolución de la existencia humana.
  Pero esa disolución, en el pensamiento de Compay Segundo, tiene una connotación de eternidad: "Nosotros no morimos; nos transformamos. De nuestro cuerpo salen gusanitos que después, convertidos en mariposas, emprenden vuelo.Por eso digo a los niños que no cacen ni maten a las mariposas. Pudiera tratarse de un gran artista o de un gran poeta. Y en mi canción Clarabella concluyo diciendo 'Yo nunca pienso que me tengo que morir.'"
  Existen más concepciones sobre la muerte y sobre lo que viene después. Pero, independientemente de la idea que se te tenga, el hombre debe reflexionar sobre la fugacidad de su tránsito por la vida, y meditar sobre su destino.
  En ese sentido, la muerte y sus símbolos son en Masonería la preparación y la puerta de una mejor comprensión de la vida. No hay duda de que, reflexionando de esa manera, el hombre puede sacar conclusiones provechosas, que contribuirán poderosamente a modificar su fanatismo y sus pasiones.
  No olvidemos que la vida, bien lo decía Job, "es como una flor que se abre y luego se marchita." Pero en ese tránsito efímero se pueden hacer cosas buenas. La tarea del hombre en su paso por la Tierra debe ser constructiva.
  El hombre ha de dejar algún fruto, o muchos frutos, para que el día de su muerte la sociedad pueda sopesar escrupulosamente su obra, y si es buena, el juicio de la historia le condecerá la inmortalidad.
 
 

2/6/10

EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO - Bucay

Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.

- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

- ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.

- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

Historia Árabe.

Un rico mercaderes salió a vender mercancías en componía de sus servidores y con una caravana de doce camellos.
Hicieron un alto a la noche en un oasis, y cuando el señor ya estaba listo para dormir, llegó su asistente y le informó:
-Señor, tenemos un problema... Ya hemos amarrado once de los camellos, pero olvidamos traer una estaca, y no sabemos qué hacer con el que nos falta.
-Muy sencillo-dijo el mercader-. Simula delante del animal que clavas la estaca y lo amarras a ella.. el camello, que es torpe, creerá que está sujeto y se quedará quieto.
Los Servidores hicieron lo que dijo su señor, y se fueron a dormir. Al amanecer, vieron que todos los camellos se encontraban en su lugar.
Cuando estaban por partir, nuevamente el asistente se acerco al comerciante y le dijo:
-Tengo los camellos listos para partir, pero no puedo poner en camino al camello número doce.
El señor le dijo que simularan desatarlo...
-Seguramente cree que está amarrado a la estaca.
Así se hizo, y la caravana pudo seguir su camino...

"Ámame siempre" Por Susan Squellati Florence.

Comparte conmigo la mas pura esencia del amor... porque como, así, la pasión, el cuidarnos, el comprendernos serán nuestra manera de vivir.
Porque todas las cosas se harán posibles y mágicas, lo maravilloso será cotidiano y escucharás la música del día.
Deja que mi amor te llame y te susurre mi mensaje: cuando amamos mucho la vida se enriquece y cambia nuestra forma de ver el mundo.
Si permites que éste amor crezca en tu interior, haremos juntos el viaje de la vida compartiendo alegrias y triztesas.
TUS SUEÑOS NO SON IGUALES A LOS MIOS PERO SOÑAREMOS JUNTOS.

M. Ángela Retamoso.

El imperio del consumo

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.
La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.

EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald's, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald's no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald's dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald's de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald's viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados de McDonald's, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta

Eduardo Galeano
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