28/4/10

El prêt à penser

   Vivimos entre mundos; los que fueron, los que están siendo, los que se avizoran de lejos, entre brumas.
   Ayer fue la seguridad. Hoy es la incertidumbre.
   Stefan Zweig, en su libro autobiográfico El Mundo de Ayer, comienza afirmando:

"Si me propusiera encontrar una fórmula cómoda para la época anterior a la Primera Guerra Mundial, a la época en que me eduqué, creería expresarme del modo más consistente diciendo que fue la edad dorada de la seguridad. En nuestra casi milenaria monarquía austríaca, todo parecía establecido sólidamente y destinado a durar, y el mismo estado aparecía como garantía suprema de esa educación."

   Lo que era estaba destinado a durar; las cosas, los objetos, las carreras, los logros, las casas, las familias. Seguridad de la perdurabilidad de las relaciones en la vida de cada uno y después de ella, en la vida de los hijos y de las previsibles generaciones futuras.
   Hoy es el mundo de la pasajeridad; los artefactos ya no se arreglan, se cambian; los autos son para dos o tres años; y así también con las relaciones humanas.
   La política, e inclusive los credos religiosos azogados, se aggiornan para que la prisa del movimiento no los devore como vetustos recuerdos.
   No estamos a mitad de camino; más bien somos la mitad por donde se cruzan caminos contradictorios de mundos encontrados.
   Lo sólido, lo endeble y lo gaseoso se mezclan para configurar el terreno incierto bajo nuestros pies. Unos y otros apelan, entonces, al prêt à penser.
   Así como desfilan por las pasarelas las niñas esbeltas y los varones saludables enseñándonos a todos cuál es el prêt à porter que nos hará bellos, del mismo modo desfilan por el aire, la radio, la TV, la peluquería, el cóctel, el prêt à penser de las ideas.
   El vestido prefabricado que nos queda bien a todos. Por eso en algún momento del día, en la ancha avenida peatonal, todos somos iguales en edad, en sexo, en apetencias, en ideas acerca de la economía, la democracia, el SIDA, los marines, la preservación de las focas.

Nunca hubo tanta igualdad en la humanidad.

   No es igualdad. Es uniformidad. Es aplanamiento; las ganas de ser nadie. Nos gusta así, nos proporciona calor de rebaño, la seguridad de que todos somos iguales, comemos lo mismo, bailamos a la misma hora, aplaudimos la misma película, todos de sport, o todos de gala, según sea la orden tácita que corre sutilmente entre todos; todos a favor de la economía de mercado, todos en contra del aborto, todos buenos, todos inteligentes, todos repitiendo lo mismo de Boca, del beso, del sexo, de educación, de actrices, del colesterol, de los derechos humanos, de la mujer manejando autos.
   No pienso, pero existo.
   Mi problema es la libertad.
   La libertad está a disposición de todos.
   Pero hay que ser libre para algo. Somos tan libres que nos toca elegir también el para qué de la existencia.
   La libertad que no se usa se torna neurosis. Soy de nadie. Nadie es mío. Ni mío soy. Hay que vivir todos los días, hay que cumplir días.
   La alternativa es pensar el prêt à penser.
   No elegiste tu vida, hijo; pero te toca elegir para qué vives.

En "El miedo a los hijos", de Jaime Barylko.

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